Desde hoy comienzo a sacarme este ropaje
reseco, pesado, marchito;
que me rasguña el cuerpo,
que desgarra los minutos.
Que me ahoga, que me aprieta,
como adversario en combate:
aniquila la paciencia.
¿Cuánto demoraré en retirarlo?
En tener la voluntad diaria
para tirar cada pellejo
y la fuerza necesaria
para intentarlo
sin que me provoque pesar ni aflicción.
Creo que la piel del corazón
esa del tórax, la que dibuja la mama izquierda
resultará más dolorosa
porque es más tersa, más fina y delicada.
Tal vez si la desprendo con paciencia
también pueda verse liberada.
Empezaré por la piel de la garganta:
porque allí arrinconadas están las penas:
entumecidas, mudas, quietas
que no siguieron el rumbo hacia los ojos
y navegaron en resecos manantiales
confinadas en celdas de sollozos.
De este ropaje debo desprenderme
porque mi pobre corazón ya no camina
y si yo le abriera galerías
podría recibir purificadas
tantas brisas nuevas de la vida
y él podría decirme que de nuevo
volverá a palpitar en alegría.